TEXTO 1
Hace un par de días hubo una
manifestación en Madrid contra el uso de animales en experimentos de cosmética:
como siempre, algunas personas contemplaron a los participantes con expresión
de sorna. Porque todavía hay gente a la que la defensa de los derechos de los
animales le parece una chufla. Esta opinión retrógrada nace de la ignorancia:
el nivel de respeto a los seres vivos es sin duda un fino indicativo de la
cultura y la tolerancia de un país. Poco a poco vamos siendo todos más sensibles
al sufrimiento de las bestias: pero aún hay tanto horror que estremece
enterarse. Los animales son las víctimas por excelencia, silenciosas e inermes.
Como los niños, o más aún que los niños, porque nunca tendrán palabras para
pedir socorro. Pobres bichos callados, temblorosos grumos de vida, sometidos al
sadismo de los humanos. Así sucede en las peleas de perros como las de Cueto:
preparan a los animales encerrándolos en cuartitos muy oscuros y
administrándoles periódicas y salvajes palizas con cadenas.
Y así sucede con la
experimentación. Según la Alternativa para la Liberación Animal (ALA), el 60%
de los experimentos con seres vivos tiene fines bélicos, el 30% fines
cosméticos y sólo el 10% fines médicos. Y aun estos pueden estar hechos de modo
inadmisible, como sucede, según denuncia la asociación suiza ATRA, en el
departamento de cirugía de la Universidad de Bâle (Suiza) y en el hospital
cantonal de la misma localidad, en donde se mantiene a perros no anestesiados
con el vientre abierto durante meses, mientras le manipulan los intestinos.
Antiguamente, a los animales sometidos a esta larguísima y espantosa tortura
les cortaban las cuerdas vocales para que no molestaran con sus alaridos: tal
vez hagan lo mismo los suizos. No me digan que toda esta atrocidad no nos
atañe.
TEXTO 2
Todos los padres lo saben: los
niños de ahora son más listos que los de antes. La propia ciencia lo avala:
hace veinte años los diferentes test de inteligencia registraban para el alumno
común un resultado en torno a los 100 puntos pero actualmente son casi 120. En
menos de 2 décadas se ha ganado una quinta parte de inteligencia.
¿Continuaremos, pues, afirmando que la especie se degrada, que la sociedad se
empobrece y que el saber va de mal en peor? Los niños resultan ser más
inteligentes porque crecen en un entorno más diverso y repleto que les
enriquece tanto como les exige ser más sabios. Las intrigas de los telefilmes o
los videojuegos multiplican al menos por tres el grado de complejidad que
veíamos, hace treinta años, en las series de TVE.
Frente al repetido diagnóstico de
los adultos empeñados en descalificar a los adolescentes porque no leen, se
opone la evidencia de que el conocimiento no se obtiene ya en las profundidades
de la cultura escrita sino en las superficies del plano audiovisual.
Lo superficial fue
indisolublemente asociado a lo trivial y lo profundo a lo importante. Lo
relevante, sin embargo, ahora es el saber extensivo, múltiple, en superficie y
los posibles planes de estudio deberían tenerlo en cuenta. Hasta hace poco,
podíamos decir que todo el saber se hallaba encerrado en los libros. Ahora,
todo el saber que de verdad importa se encuentra en las pantallas y sus
metáforas. Los adultos formados en los libros no podemos llegar a saberlo bien.
No podemos llegar bien a ese saber. De hecho, cada vez mayor número de empresas
de nueva planta se basan en encuestas dirigidas a adolescentes para orientar
sus producciones.
TEXTO 3
Un equipo de científicos de Texas
ha encontrado una enzima que puede detener o retrasar el envejecimiento de las
células humanas. La tal enzima impide el deterioro de esos microscópicos
elementos de los que estamos hechos y les permite seguir reproduciéndose de una
forma indefinida. ¿Habremos encontrado, después de tantas vueltas, la fuente de
la eterna juventud? En ese supuesto, llegará un día en el que no se pueda dar
un paso: no cabrá la gente en este planeta menor. Otros científicos, menos
optimistas, alertan sobre el riesgo de estimular el desarrollo de tumores.
El ser humano siempre ha querido
durar más y en mejores condiciones. Se ha identificado, falazmente, juventud
con felicidad, pero la mocedad sólo disfruta de algunos lujos que nadie pude
permitirse a otras edades, por ejemplo el estar triste sin saber por qué. El
padre Rubén creía que era un tesoro divino y bien que supo dilapidarlo. En
cambio, el abuelo Homero estaba convencido de que la juventud, pronta de
temperamento, es débil de juicio. Una especie de borrachera. El caso es que los
hombres siempre han procurado mantenerla: una veces pactando con el demonio y
otras haciendo “footing” y tiñéndose el pelo.
La ciencia, que es lo único que
hace revoluciones duraderas, ha encontrado el camino de la soñada fuente. Ojalá
no esté seca. Hasta ahora sólo había conseguido prolongar la vida, pero no por
sus tramos iniciales ni por el centro, sino por los últimos escalones. Todo
parte de la humana resistencia a abandonar este mundo. Como en casa de uno en
ninguna parte. Casi todas las personas tienen un alto concepto de sí mismas.
Se miran al espejo y no entienden
que un tipo como ellos pueda desaparecer. Confían en seguir viviendo, de otra
enigmática manera y en otro extraño mundo. En esos rumores no confirmados de
una existencia de ultratumba se basan muchas consoladoras religiones. El descubrimiento
de la enzima puede hacernos eternos mientras vivamos. El caso es no resignarse
a ser mortales.
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