miércoles, 8 de abril de 2015

TEXTO PARA EL DÍA 09/04/2015

Quizá sea mejor empezar por el principio, ya que hay sitios peores por donde empezar. José Roberto Alves Freitas tiene 62 años, es brasileño, es el mayor coleccionista de vinilos del mundo; según sus cálculos, tiene entre cinco y siete millones de discos, lo cual (en este caso los cálculos son míos) suma unos cuatro millones de horas de música, es decir, 2.778 días de música, es decir, 457 años de escucha ininterrumpida (o 685, si Freitas puede permitirse ocho horas de descanso diarios). En Brasil, desafortunadamente, el promedio de vida es bastante más bajo que el de los cinco o seis siglos que Freitas necesitaría para disfrutar (una sola vez, sin embargo, y sin repetir) de su colección.

La irrupción de Internet en nuestras vidas ha supuesto un aumento sin precedentes de la información disponible, aunque no de nuestra capacidad para absorberla. La que existe en la Red en este momento ya es inabarcable y hace que nuestra existencia predigital nos parezca inconcebible. ¿Recordamos los esfuerzos que hacíamos para encontrar un libro u obtener un disco? ¿Acaso su hallazgo no tenía un valor especial, el de una proeza? No hay lugar para esa proeza en estos tiempos, y debemos alegrarnos por ello; sin embargo, la proliferación de la información y la accesibilidad de los productos artísticos (en no menor medida gracias a la piratería) ha supuesto la pérdida de valor de los mismos, que se medía en virtud del tiempo y del esfuerzo que empleábamos en su búsqueda, del tiempo de vida que les dedicábamos. El daño que la libre accesibilidad de los contenidos artísticos provoca a las industrias culturales me parece insignificante en comparación con este otro, el de la pérdida del placer del descubrimiento y su reemplazo por la acumulación inútil.