Todas las
cajetillas iguales
A partir del
1 de diciembre todas las cajetillas de tabaco serán iguales en Australia.
Tendrán el mismo color, una imagen que muestre los estragos que causa fumar y
la marca aparecerá en letras pequeñas. La batalla ha sido larga hasta que la
iniciativa del Gobierno se ha impuesto. Hubo una feroz resistencia de las
tabacaleras, que defendieron con uñas y dientes que aquello suponía un ataque
directo a la propiedad intelectual y a la libre competencia de un producto
legal. Al final, el Tribunal Supremo ha dictado sentencia. No habrá
diferencias: ni rojos ni amarillos, ni verdes para los mentolados ni azules
para los lights, ni camellos ni logos sofisticados. Puesto que cualquier
cigarrillo contribuye de manera alarmante a deteriorar la salud —en España se
calcula que mueren cada año unas 60.000 personas a causa del tabaco—, Australia
ha decidido que no existan distinciones entre unos y otros.
La idea
ataca al corazón de las estrategias publicitarias que buscan aumentar la venta
de cualquier producto. Porque su mayor afán es buscar precisamente signos de
distinción. Esas diferencias que inclinan al consumidor a decantarse por esta
marca en vez de por aquella.
Es posible
que haya quien no encuentre grandes diferencias en el ejercicio de inhalar humo
y, de hecho, la mayoría de los adolescentes reaccionan de la misma manera
cuando encienden su primer pitillo: tosiendo. Los fumadores que han elegido una
marca, sin embargo, encuentran siderales diferencias entre la suya y todas las
demás. En esa percepción no juega un papel baladí todo el repertorio de
recursos que las empresas han puesto en marcha para seducir a sus clientes. Se
fuma, en parte, porque el tabaco relaja, da independencia, subraya la virilidad
o potencia la feminidad, ayuda a triunfar o transmite arrojo y dureza, según el
mensaje elegido por cada compañía.
Si no hay
manera de distinguir entre las que venden seducción o las que hablan de coraje,
la cosa será sin duda más dura para las tabacaleras. Australia les ha dado,
pues, un duro golpe. ¿Ocurrirá lo mismo, a la larga, con las bebidas
alcohólicas o la comida basura? Ya se verá: lo que importa ahora es que uno de
esos Gobiernos que protegen a sus ciudadanos ha ganado otra batalla más a favor
de la salud.
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