martes, 4 de noviembre de 2014

TEXTO PARA LA CLASE DEL DÍA 06/11/2014

Los padres que fuerzan a sus hijos a jugar un deporte como el fútbol, producen que en un futuro estos niños puedan sentir rencores sobre ellos y odio a una disciplina deportiva.
 El furor y el vértigo por sacar nuevas súper estrellas en una disci­plina deportiva como el fútbol, conlleva a que niños y jóvenes sufran una determinada presión por parte de  sus padres, los cuales influyen negativamente en su crecimiento emocional y psicológico. En cuanto el árbitro da la orden de mover el balón, comienzan los gritos, los insultos y los reproches de los pa­dres que se encuentran del otro lado del tejido. Para algunos, el fútbol infantil es una simple diversión, para otros una apuesta hacia el futuro.
 La vorágine de los medios y todo lo que rodea al fútbol (con­tratos de altísimo valor, merchandising y expectativas de futuro), determinan que el ambiente del fútbol infantil cambie y deje de ser una herramienta de di­versión esencial y de formación personal, ya sea moral o deportiva. Esto sucedió por el cambio de mentalidad de todas las personas que rodean a este pequeño deportista en formación.
 El primer cambio se ve en la figura paterna ya que busca la posibilidad de salvarse eco­nómicamente a costa del esfuerzo de su hijo que con escasa edad debe com­portarse como un deportista adulto.
 Para entender la mecánica deportiva de este mundo es necesario conocer a los entrenadores, padres y lo que piensan los chicos que son el eje fundamental de esta problemática.
  El fútbol infantil, según Diego Meirama, el coordinador de las inferiores del Club Fe­rrocarril Oeste, sirve para formar a la persona antes que al futbolista, porque según él, son muy pocos los que llegan y los demás deben dedicarse a otra actividad. Opiniones como estas chocan con las de algunos padres: “Él lo hace porque le gusta, no­sotros no lo obligamos, pero se lo toma como un trabajo”, afirma Jorge Soto, papá de un chico de nueve años que se desempeña en las divisiones infantiles del club Racing de Bavio.
 En algunos clubes la rutina de entrenamiento deportivo que siguen es la siguiente: primero hacen la parte física, abdominales y flexiones de brazos. Luego practican fútbol y tras una hora de realizar esta actividad, los chicos que deseen comer algo, pueden sentarse a tomar la merienda que les brinda el club. Este esfuerzo que les obligan a hacer a los niños, en algunos casos se ve reflejado en las caras de ellos, con gestos que denotan un cúmulo de sensaciones y sentimien­tos, como cansancio y a su vez las ganas de participar y las ambiciones de competir al en­frentarse a un adversario.
 En investigaciones previas realizadas por la psicóloga infantil Analía Musarra, desme­nuzando los dichos de estos niños, encontró una veta de influencia de la presión ejercida por sus padres. Una de estas declaraciones es la del joven Joan que advierte: “Si me viene a ver un dirigente de un club más importante que el que estoy, voy a dar lo mejor sin que me importe si estoy jugando con un amigo”. Este es un pensamiento que, según el análisis de la doctora, no lo realizó por sí solo, sino que lo formó influido por el en­torno mediático y futbolístico que lo rodea, o podría ser la culpa también de sus padres.

  Según una encuesta realizada en el club Ferrocarril Oeste, sobre 100 chicos entre 7 y 12 años, 63 ven al fútbol como una profesión y solo 37 lo ven como un hobby. De los 63, hay 40 que sienten presión de parte de sus familias, los 23 restantes sienten que son apoyados por sus parientes. Los números hablan por sí solos de lo que ocurre con las jóvenes promesas del fútbol Argentino.

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