Los padres que fuerzan
a sus hijos a jugar un deporte como el fútbol, producen que en un futuro
estos niños puedan sentir rencores sobre ellos y odio a una disciplina
deportiva.
El furor y el vértigo por sacar nuevas súper estrellas en una disciplina deportiva como el fútbol,
conlleva a que niños y jóvenes sufran una determinada presión por parte de sus padres, los cuales influyen
negativamente en su crecimiento emocional y psicológico. En cuanto el árbitro
da la orden de mover el balón, comienzan los gritos, los insultos y los
reproches de los padres que se encuentran del otro lado del tejido. Para
algunos, el fútbol infantil es una simple diversión, para otros una apuesta
hacia el futuro.
La vorágine de
los medios y todo lo que rodea al fútbol (contratos de altísimo valor,
merchandising y expectativas de futuro), determinan que el ambiente del fútbol
infantil cambie y deje de ser una herramienta
de diversión esencial y de formación personal, ya sea moral o deportiva.
Esto sucedió por el cambio de mentalidad de todas las personas que rodean a
este pequeño deportista en formación.
El primer cambio se ve en la figura paterna ya que
busca la posibilidad de salvarse económicamente a costa del esfuerzo de su hijo que con escasa edad debe comportarse
como un deportista adulto.
Para entender la mecánica deportiva de este mundo es
necesario conocer a los entrenadores, padres y lo que piensan los chicos que
son el eje fundamental de esta
problemática.
El fútbol infantil, según Diego Meirama, el
coordinador de las inferiores del Club Ferrocarril Oeste, sirve para formar a
la persona antes que al futbolista, porque según él, son muy pocos los que
llegan y los demás deben dedicarse a otra actividad. Opiniones como estas chocan con las de algunos padres: “Él
lo hace porque le gusta, nosotros no lo obligamos, pero se lo toma como un
trabajo”, afirma Jorge Soto, papá de un chico de nueve años que se desempeña en
las divisiones infantiles del club Racing de Bavio.
En algunos clubes la rutina de entrenamiento deportivo
que siguen es la siguiente: primero hacen la parte física, abdominales y flexiones
de brazos. Luego practican fútbol y tras una hora de realizar esta actividad,
los chicos que deseen comer algo, pueden sentarse a tomar la merienda que les brinda el club. Este esfuerzo que les
obligan a hacer a los niños, en algunos casos se ve reflejado en las caras de
ellos, con gestos que denotan un cúmulo de sensaciones y sentimientos, como
cansancio y a su vez las ganas de participar y las ambiciones de competir al enfrentarse
a un adversario.
En investigaciones previas realizadas por la psicóloga
infantil Analía Musarra, desmenuzando los dichos de estos niños, encontró una veta de influencia de la presión
ejercida por sus padres. Una de estas declaraciones es la del joven Joan que
advierte: “Si me viene a ver un dirigente de un club más importante que el
que estoy, voy a dar lo mejor sin que me importe si estoy jugando con un
amigo”. Este es un pensamiento que, según el análisis de la doctora, no lo
realizó por sí solo, sino que lo formó influido por el entorno mediático y
futbolístico que lo rodea, o podría ser la culpa también de sus padres.
Según una encuesta realizada en el club
Ferrocarril Oeste, sobre 100 chicos entre 7 y 12 años, 63 ven al fútbol como
una profesión y solo 37 lo ven como un hobby. De los 63, hay 40 que sienten
presión de parte de sus familias, los 23 restantes sienten que son apoyados por
sus parientes. Los números
hablan por sí solos de lo que ocurre con las jóvenes promesas del fútbol Argentino.
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